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Precedentes mundiales: la invención del
ferrocarril
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El 27 de noviembre de 1825, se inauguró el primer
ferrocarril del mundo, que unía las localidades británicas de Darlington y Stockton. Desde este momento, empezó la expansión de
este medio de transporte por todo el mundo. En aquel momento, España
ya no era una de las principales potencias mundiales, y la economía
no pasaba buenos momentos. Fue por esto que, pese a que hubieron
varios intentos de construir líneas de ferrocarril, todas las
iniciativas fracasaron por falta de presupuesto.
España, no obstante, aún mantenía algunas colonias. Fue en una de
estas colonias, Cuba, donde se construyó el que puede considerarse
el primer ferrocarril hecho bajo administración española. Se trataba
de la línea La Habana – Bejucal, inaugurada el 19 de noviembre de
1837 dedicada al transporte de azúcar. Este era el primer tramo de
la línea que, justo un año después, el 19 de Noviembre de 1838,
sería prolongada hasta la Villa de Güines.
Fue la primera línea latinoamericana, y para su construcción se
utilizaron locomotoras importadas del Reino Unido y construidas por
la firma Braithwhite. No obstante, dado el nefasto resultado que
dieron, muy pronto fueran sustituidas por locomotoras construidas a
los Estados Unidos de América por las empresas Baldwin y Norris.
Para construir esta línea, se había creado una junta directiva
formada por el Conde de Fernandina, Joaquín Gómez y Miquel Biada. El
día de la inauguración, el señor Miquel Biada, satisfecho por el
trabajo hecho, comentó al entonces gobernador de la Habana, el
General Tacón: "cuando vuelva a mí país, antes de un año habré unido
Barcelona con mí pueblo". Su pueblo natal era Mataró, y sólo se
equivocó en el hecho que tardó bastante más de un año a realizar su
sueño.
Miquel Biada, pues, pronto se convertiría en la persona posiblemente
más relevante de la historia del ferrocarril español e ibérico. |

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El informe Subercase
y sus consecuencias |
Volvemos al territorio español tal y como lo
entendemos hoy en día.
En la década de los años 40 del s. XIX, el
ferrocarril ya empezaba a tener una extensión notable en varios
países europeos como Francia, Alemania o el Reino Unido. Fue en
aquel momento cuando el gobierno español se dio cuenta que hacía
falta crear una política ferroviaria que permitiera la
introducción de este medio de transporte en el país.
Así, en el
año 1844 se publicó el estudio que el gobierno español encargó a
los ingenieros Juan Subercase y Calixto Santa Cruz, conocido
popularmente como “Estudio Subercase” que planteaba una serie de
recomendaciones técnicas y legales para implantar el ferrocarril
en el Estado español. Sus conclusiones principales fueron:
-
Es muy
recomendable que el Estado sea el que construya directamente las
líneas de ferrocarril.
-
En caso de que no sea posible el punto
anterior y haga falta recurrir a la iniciativa privada, hace falta
que el Estado limite las pretensiones de las compañías en favor
del bien público. Así, las empresas privadas habrán de construir
las líneas ciñéndose a unas normas tarifarias y técnicas impuestas
por el Estado, y a cambio recibirán subvenciones y beneficios
fiscales diversos.
-
El ancho de vía se estipula en 6 pies
castellanos, aproximadamente 1,67 metros. La recomendación de los
6 pies castellanos se basa en el hecho que un mayor ancho parece
implicar una mayor estabilidad y por lo tanto mayor posibilidad de
conseguir grandes velocidades, así como al hecho de poder disponer
de mayor anchura entre las ruedas por colocar calderas más grandes
(adecuadas por un país montañoso como España).
Como es obvio, este
informe condicionó definitivamente la evolución y existencia del
ferrocarril a la Península Ibérica, y sus consecuencias, que hoy
en día podemos juzgar como más negativas que no positivas, aún se
arrastran hoy en día.
El principal error fue la implantación en la
red principal de un ancho diferente al del resto de Europa puesto
que en aquellos momentos, la mayoría de países ya habían adoptado
como estándar lo que ahora conocemos como ancho internacional, de
1,435 metros.
Aunque existen varias leyendas sobre el por qué se
utilizó un ancho diferente al del resto de Europa (miedo a una
invasión francesa, aprovechamiento de material antiguo de otros
países, etc.), el hecho real es que la decisión fue puramente
técnica.
El texto de las conclusiones del informe Subercase,
referido al ancho, fue el siguiente:
[...] En el articulo. 6.º se determina
la anchura que deberá darse á todos los caminos de hierro
que se concedan, asi como la distribucion de esta anchura
total entre las vias y entrevias, señalando seis pies para
las primeras entre los bordes interiores de las barras.
Desde luego se ve la conveniencia de que todos los caminos
de hierro tengan la misma anchura, y particularmente las
vías, porque de lo contrario, cuando dos caminos lleguen á
ponerse en comunicacion, como ha sucedido con frecuencia, es
imposible que los locomotores y trenes de uno continuen su
viaje por el otro, siendo necesario para el efecto
trasbordar las mercaderias y personas á otro tren del nuevo
camino, lo que ocasiona dilaciones, gastos y otros
inconvenientes de consideracion, á no ser que una de las
empresas prefiera reformar su camino dándole las anchuras de
aquel con quien entronca. En los paises donde se han
construido muchos ferro-carriles se ha visto que los caminos
mas distantes entre sí, los mas aislados, los que nadie
pudiera discurrir cuando se construyeron que habian de
ponerse en comunicacion, han llegado sin embargo, á estarlo
con el tiempo por el intermedio de muchas empresas de
ferro-carriles que los han enlazado; y entonces se han
lamentado con frecuencia los graves inconvenientes de esa
falta de uniformidad que nada hubiera costado establecer con
un poco de prevision, mucho mas cuando ya en los canales de
navegacion se habian notado inconvenientes semejantes por la
misma falta. Nosotros que entramos de nuevo en esta carrera,
debemos aprovecharnos de los adelantamientos agenos, y
evitar los descuidos de los que en ella nos han precedido.
No es esto decir que no haya casos escepcionales en que se
puedan permitir otras anchuras, como en los caminos de poca
estension, que solo sirven para esplotacion de alguna mina,
ó en los de otro establecimiento industrial, ó en los que
partiendo de un punto inmediato á la costa, terminan
inmediatamente en ella; y generalmente en los que se vea
claramente que no pueden nunca formar parte ó entroncar con
otras líneas de grande estension; por eso en el segundo
párrafo de este artículo se deja abierta la puerta para
hacer en la regla general las modificaciones que aparezcan
suficientemente fundadas. Demostrada ya la conveniencia de
que haya uniformidad en las dimensiones transversales de
todas las grandes líneas de caminos de hierros, es claro que
deben adoptarse las que los principios teóricos, confirmados
por el buen éxito de su aplicación á los caminos mas
recientes, designan como mas ventajosas. El ancho de via
generalmente empleado hasta pocos años hace, y que aun se
emplea en muchas partes, es de 5 pies y 17 centésimas; pero
en un pais vírgen, donde se empieza á establecer un sistema
de caminos de hierro, debe adoptarse una anchura que permita
caminar por ellos con toda la rapidez y seguridad que pueden
obtenerse con las últimas perfecciones que han recibido las
locomotoras. Para este efecto conviene aumentar el ancho de
las vías, y esta es la tendencia que generalmente se observa
en el dia. Asi vemos en el camino de Lóndres á Yarmouth una
via de 5,45 pies; en el Dundee á Arbroath y de Arbroath á
Forfar de 6,03; en el de Great Western de 7,64, y en el de
Petersburgo á Zarsxocselo de 6,57.
La comision del Parlamento inglés encargada de informar
sobre un sistema general de caminos de hierro en Irlanda,
proponia 6,75 pies. Nosotros hemos adoptando 6 pies, porque
sin aumentar considerablemente los gastos de establecimiento
del camino, permite locomotoras de dimensiones suficientes
para producir en un tiempo dado la cantidad de vapor
bastante para obtener con la misma carga una velocidad mayor
que la que podria conseguirse con las vias de 4,25 pies,
propuesta por una de las empresas que ha hecho proposiciones
al Gobierno; y mayor tambien de la que podria emplearse con
las de 5,17 pies que mas frecuentemente se han usado hasta
ahora; consiguiéndose además, que sin disminuir la
estabilidad se puede hacer mayor el diámetro de las ruedas,
lo que tambien conduce á aumentar la velocidad.
La entrevia de 6 pies y medio que se propone en el mismo
artículo, es la que está generalmente adoptada en el día
para evitar desgracias; y las demas dimensiones tambien
estan generalmente admitidas, aunque sean algo mayores de lo
que es rigorosamente necesario, para evitar gastos de
consideracion, si con el tiempo se reconociera la utilidad
de dar á las vias mayor anchura. [...] |
Como se ve, en el informe se reconocía que el
estándar adoptado en Europa era el de 1,435 m, pero
en cambio se recomendaba un ancho superior argumentando que esta
sería la tendencia de futuro en todo el mundo... cosa que ahora
sabemos fue un grave error, agravado por el hecho que nunca se
quiso rectificar en tiempos posteriores. Sólo durante el gobierno
de Bravo Murillo, el ministro de Fomento Mariano Miguel de
Reynoso se planteó reducir el ancho de vía, pero no al
estándar mundial de 1,435 m, sino a 5,43 pies castellanos
o lo que es lo mismo, 1,513 m, anchura que únicamente se usaba (y
aún es así hoy en día) en Rusia. Este gobierno, sin embargo, duró
poco más de un año y no tuvo tiempo de aprobar este decreto, que
no pasó de ser un borrador. El siguiente ministro de Fomento,
Esteban Collantes, volvió a instaurar los 6 pies castellanos como
medida a utilizar por los ferrocarriles españoles de la red
principal.
Fuera cómo fuera, esta decisión, a pesar de no ser la única
causante, fomentó que el país quedara aislado del resto de Europa
durante décadas en el transporte de mercancías, perjudicando
enormemente la economía. Igualmente, el hecho de tener que
construir vías más anchas subió los costes de las compañías e
indirectamente favoreció la aparición de los ferrocarriles
secundarios de vía métrica.
Todo ello, ha ayudado definitivamente a que el ferrocarril español
nunca haya podido tener la importancia y la calidad que sí ha
caracterizado la mayor parte de los países europeos, y ha
provocado la derivación de gran parte del transporte de mercancías
a medios alternativos como el transporte por carretera a partir de
mediados del s. XX |

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1848: primera línea de la Península Ibérica, de
Barcelona a Mataró
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En el año 1840, Miquel Biada, uno de los
principales promotores de la primera línea bajo administración
española entre La Habana y Bejucal, vuelve a su población natal
con un propósito personal bien claro: aplicar la experiencia
recogida en Cuba para unir mediante un ferrocarril su ciudad
natal, Mataró, con la capital catalana, Barcelona. En aquellos
momentos el viaje entre ambas ciudades costeras en diligencia era
lento, debido al mal estado de las carreteras, y peligroso a causa
de los bandoleros.
Miquel Biada intentó convencer a los catalanes
de la necesidad de construir esta línea de ferrocarril, augurando
grandes mejoras económicas y mucho progreso gracias a ella... pero
el esfuerzo fue inútil, puesto que en aquellos momentos la
revolución industrial en Catalunya estaba en una fase muy
temprana, y en la mayor parte de territorios españoles aún tenía
que empezar, por lo que no representaban alternativa alguna.
Así
las cosas, Biada, aprovechando las facilidades de financiación
derivadas de la aplicación del informe “Subercase”, decidió ir a
buscar capital privado fuera del país, concretamente en la cuna
del ferrocarril: Londres. Allí contacta con otro catalán, pero
este establecido en aquella ciudad y dedicado al mundo de las
finanzas, denominado Josep Maria Roca. Tras varias conversaciones,
Roca se compromete a conseguir que varios accionistas ingleses
aporten la mitad del capital necesario para financiar la línea de
sus sueños, concretamente 5.000 acciones.
Faltaba, pues, vender
las 5.000 acciones restantes para poder poner en marcha la línea. Biada, consigue que 1.160 acciones sean asumidas por varios
empresarios catalanes, mientras que el resto son financiadas por
amigos de Puerto Rico y Cuba, además de unas cuantas acciones que
se queda él mismo. Así pues, se completa el primer paso de la
línea, gracias a una mezcla de capital privado cubano,
puertorriqueño, inglés y catalán, y con un capital inicial de 1
millón de duros. A partir de aquí, los hechos se suceden
relativamente rápido:
30 de junio de 1843: Roca pide al gobierno
español la concesión de un ferrocarril entre Barcelona y Mataró.
13 de agosto de 1843: se aprueba oficialmente esta petición...
aún cuando la comunicación oficial no fue recibida hasta el 30 de
noviembre del mismo año.
31 de julio de 1844: en la primera
reunión de accionistas celebrada al "Saló de Cent" del
Ayuntamiento de Barcelona, Miquel Biada es elegido presidente.
16
de noviembre de 1844: Roca contrata el ingeniero que dirigirá las
obras: Joseph Locke.
6 de junio del 1845: constitución oficial de
la empresa. Este mismo día, Roca cede a la empresa recién creada
(aún sin nombre) la concesión de la línea que había obtenido 1 año
antes.
27 de julio de 1845: se aprueba en una reunión el acto de
constitución de la sociedad. Se decide que el nombre definitivo de
la empresa sea el de "Gran Compañía Española del Camino de Hierro
de Barcelona a Mataró y Viceversa". Se publica un Real decreto
permitiendo el inicio de las obras.
Las obras, fueron avanzando
con rapidez, hasta que en 1847 aparecieron los problemas: la
crisis económica hizo que los socios catalanes no pudieran
satisfacer las cantidades de dinero demandas, lo cual provocó que
los ingleses también amenazaran de retirarse. Por salvar la
situación, se pidió un trato de favor por parte del gobierno, en
forma de crédito a través del “Banco de San Fernando”, como ya se
estaba haciendo desde el 15 de mayo de aquel mismo año con otro
ferrocarril que se había empezado a construir: el Madrid-Aranjuez.
La petición, sin embargo, fue reiteradamente denegada por el
gobierno, debido a que la línea no partía de Madrid y por lo tanto
no se consideraba prioritaria. Además, también hace falta tener en
cuenta que el marqués de Salamanca, promotor de la línea
madrileña, era banquero y a la vez fue ministro de Hacienda, lo
cual le permitió utilizar el cargo en beneficio propio para
obtener el comentado trato de favor del “Banco de San Fernando”.
Todas estas influencias, no existían en el caso de Miquel Biada y
su Barcelona-Mataró.
Además de las financieras, hubieron otras
dificultades, entre las que hace falta destacar:
El miedo y los recelos de una
población con poca cultura en general que estaba en contra del
nuevo medio de transporte (decían que la locomotora necesitaba
“comer” niños para funcionar, entre otras cosas).
El
boicot de los propietarios de las empresas de diligencias que
veían amenazada su forma de vida debido al ferrocarril. Sus
acciones empezaron con críticas a la seguridad del nuevo medio y
su infraestructura, haciendo correr rumores sobre los problemas de
salud que comportaría a los viajeros, etc. Los actos fueron
subiendo de tono hasta hacerse habituales los actos de sabotaje:
lo que los obreros construían durante el día, los enemigos del
ferrocarril lo destruían durante la noche, lo cual obligó a poner
vigilancia nocturna en el trazado.
Todo esto hizo que la
construcción estuviera a punto de ser abandonada. Miquel Biada,
pero, no se dio por vencido, y centró todos sus esfuerzos en
convencer a los inversores catalanes para que arriesgaran hasta el
último céntimo necesario para la construcción de la línea. Biada,
además, invirtió también toda su fortuna personal, consiguiendo
así la continuación de las obras.
Biada, enfermó a finales de 1847
(se comenta que fue a causa de que era él mismo uno de los que
hacía la vigilancia nocturna de la línea y esto lo debilitó mucho)
y murió el 2 de abril de 1848, antes de poder ver acabada su gran
obra. Fue relevado por su sobrino, Onofre Viada.
La línea debía
inaugurarse en junio de 1848, pero los graves problemas políticos
que vivía Europa hicieron atrasar su puesta en marcha. El primer
viaje oficial se hizo el 8 d’octubre, con un tren compuesto por
periodistas, ingenieros y otros invitados.
No obstante, la
inauguración oficial no llegó hasta el 28 d’octubre de aquel año
1848. El tren inaugural, compuesto por 25 coches donde
subieron hasta 900 personas, tuvo parada y actos festivos en
tres estaciones: Barcelona, El Masnou y Mataró. En cambio, el
retorno se hizo en unos rápidos y sorprendentes 35 minutos... el
mismo tiempo que se tarda actualmente en recorrer estos 28 Km. |

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De 1851 a 1855: empieza la expansión de la red |
La inauguración de la primera línea de
ferrocarril de la Península Ibérica entre Barcelona y Mataró abrió
la veda de la construcción de ferrocarriles. Tres años más tarde,
el 8 de febrero de 1851, se inauguró el ferrocarril entre
Madrid y Aranjuez.
El 21 de marzo de 1852, se puso en marcha la tercera
línea, que unía Valencia con su zona marítima, y que en 1854
quedaría completada con la prolongación hasta la población de Xàtiva.
Los siguientes años siguieron las inauguraciones, sobre
todo centradas alrededor de la ciudad de Barcelona, en aquel
momento el centro industrial más dinámico de la Península. Se
inauguraron el Barcelona-Molins de Rei (1853) y la prolongación a
Castellbisbal (1856), el Barcelona-Granollers (1854) que fue el
primero donde se usaron traviesas metálicas, el Montcada-Sabadell
(1855) y su continuación Sabadell-Terrassa (1856), etc. |

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La creación de una industria ferroviaria |
En todas estas líneas, la mayor parte del
material empleado, sobre todo las locomotoras, era de importación,
puesto que en ningún punto del país existía una industria
preparada para poder afrontar una construcción tan compleja.
El
primer paso hacia una industria ferroviaria española, fue la
construcción de la locomotora “La Española” en 1853, que pese a
ser construida en España, se hizo con piezas importadas.
El
siguiente paso, ya más serio, se dio en el año 1855, cuando se
fundó la empresa “La Maquinista Terrestre y Marítima” (MTM). Esta
nueva fábrica dedicada a todo tipo de maquinaria pesada, se situó
en los terrenos del barrio barcelonés de "La Barceloneta”, muy
cerca de la estación de origen del ferrocarril Barcelona-Mataró.
El origen de la sociedad fue la fusión de los talleres de Valentí Esparó y Giralt (Valentí Esparó y Consocis, adquiridos a la
compañía Bonaplata el 1839) y la sociedad La Barcelonesa (Tous,
Ascacíbar y Compañía), fundada en 1838 por Nicolau Tous y Mirapeix
y Celedonio Ascacíbar.
La MTM tendría un papel fundamental en el
desarrollo posterior del ferrocarril español. Pese a esto, hace
falta tener en cuenta que fueron pocos los diseños realmente
originales de MTM, puesto que normalmente todo se construía bajo
licencia de empresas extranjeras e, incluso, algunas piezas del
montaje se importaban directamente del exterior.
La causa que
nunca se desarrollara la industria ferroviaria serían las leyes
proteccionistas de la época, las cuales aseguraban la
supervivencia de las empresas, pero no incentivaban la creación de
centros de diseño de tecnología propios, por lo cual hacía falta
comprar las licencias fuera del país. Esto, amplificado por la
falta de competencia, hacían que los costes fueran muy superiores
al de las empresas de otros países y la competencia, imposible.
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De 1855 a 1877: la primera “Ley General de
Ferrocarriles”
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El mismo año en que se inauguraba la MTM,
en 1855, el gobierno liberal del momento encabezado por el general
Espartero, promulgaba la "Ley General de Ferrocarriles”. Esta ley
reformaba profundamente el sector ferroviario, destacando el hecho
que facilitaba la entrada de capital extranjero en España.
Concretamente, permitía subvenciones, libre importación, garantías
en caso de guerra y concesiones a 99 años.
A partir de esta ley,
aparecieron dos grandes compañías, ambas con capital
mayoritariamente francés:
MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante), creada
en 1856 bajo el control de la familia Rothschild (con concesiones
de ferrocarriles franceses y austriacos), la sociedad de crédito
“Grand Central” y el marqués de Salamanca. La MZA poseía las
líneas Madrid-Alicante, Madrid-Sevilla y Madrid-Zaragoza.
Posteriormente, se expandiría en Andalucía, Extremadura y València.
NORTE (Caminos de Hierro del Norte de España). Era controlada
por la familia francesa Pereire (con concesiones ferroviarias en
Francia y Rusia, entre otras). Controlaba la línea Madrid-Irún.
Empezó su periodo d’expansión en 1874, con la compra de la línea
Alar-Santander, asegurándose después concesiones en Catalunya y el
Cantábrico.
Paralelamente a estas dos compañías que marcarían la
historia del ferrocarril español, gracias a l’mencionada “Ley
General de Ferrocarriles” surgieron otras muchas compañías, entre
las que haría falta destacar la del “Ferrocarril de Barcelona a
Zaragoza” y la del ”Almansa a Valencia y Tarragona”. Más adelante,
en 1875, se formó otra gran compañía, la TBF
(Tarragona-Barcelona-Francia).
A la vez, la red ferroviaria
española siguió desarrollándose: en el año 1855 ya existían 405 Km
de vías de ancho español, cifra que aumentaría rápidamente hasta
más de 5.000 Km en 1865, en tan solo 10 años. Aquel mismo año,
España ocupaba el tercer lugar en Europa en en cuanto a la
extensión de su red ferroviaria, siendo sólo superada por el Reino
Unido y Francia. La mayor parte de la red se concentra en la zona
nordeste de la Península Ibérica alrededor del eje del Ebro entre
Euskadi y Catalunya, principales polos industriales del país en
aquellos momentos, completándose la red con los accesos a València,
Madrid y Andalucía.
Desgraciadamente, los ingresos económicos no
serían los esperados, y es que la situación económica del país no
era ni mucho menos comparable a la que tenían otros países
europeos altamente industrializados, puesto que la revolución
industrial continuaba sin afectar de manera real muchas zonas de
un país muy empobrecido y atrasado.
Así, las compañías empezaron a
encontrarse en serias dificultades económicas, cosa que se tradujo
en dos hechos: por un lado, el proyecto y la construcción de
nuevas vías padeció una fuerte bajada, y por el otro, las
compañías empezaron a pedir al gobierno que les proporcionara
subvenciones para poder mantener los servicios.
Ante esta
situación de relativa crisis y la presión de las compañías, el
gobierno reaccionó aprobando una nueva ley sobre ferrocarriles que
cambiaría las reglas de juego establecidas hasta aquel momento.
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De 1877 a 1900: la vía estrecha y las tres grandes
compañías
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El nuevo texto de la
"Ley
General de Ferrocarriles” que venía a sustituir la antigua de
1855, intentó corregir los defectos de la anterior y enderezar la
situación de crisis que se había producido, para poder seguir
desarrollando el ferrocarril en España.
Pese a que la red
principal estaba acabada, aún quedaban amplias zonas del país
donde el ferrocarril no llegaba, zonas que las compañías privadas
consideraban no rentables, ya fueran por su escaso interés
económico, bien por la dificultad técnica de construcción o bien
por ambas razones. Concretamente, la zona oeste de España era la
que más padecía todos estos problemas.
La solución era conocida y
fácil de aplicar: permitir construir líneas más baratas, es decir,
con características técnicas menos exigentes que las recogidas en
la anterior ley de 1855 que, si bien disminuirían las prestaciones
de las mismas e impedirían que formaran parte de la red principal,
al menos permitirían su existencia. Técnicamente, esto se tradujo
en la proliferación de líneas de anchos inferiores al español,
adaptando mayoritariamente el ancho métrico, y la utilización de
radios de curva y trazados impensables en caso de haber utilizado
los requerimientos de la vía de ancho español.
Así, se crearon en
cualquier parte del Estado varias redes de vía estrecha totalmente
independientes de la principal (aunque acostumbraban a existir
estaciones de correspondencia) por zonas donde hasta aquel momento
era impensable hacer llegar el ferrocarril.
Entre el año 1877 y el
1900 se construyeron unos 2.000 Km de vía estrecha. Las redes que
con el tiempo se harían más extensas e importantes se concentraron
en la cornisa cantábrica, desde Galicia a Euskadi, en València y
en Catalunya. Además, aunque el ritmo de construcción de nuevas
vías de ancho español se hizo más lento, en este mismo periodo de
23 años se pusieron en servicio unos 5.500 Km de vía más.
Otro
hecho importante fue la aparición de una tercera gran compañía, la
conocida como “Compañía de Ferrocarriles Andaluces”. Ésta, estaba
formada por capital español y francés, y controlaba las líneas que
servían Andalucía, además de una línea entre Alicante y Murcia.
Todo ello, hizo que las cifras fuesen bastante optimistas, con
respecto a kilómetros de vía, a finales del siglo XIX: más de
10.000 Km de vía ancha y unos 2.000 Km de vía estrecha, es decir,
un total de más de 12.000 Km de ferrocarriles. De estos, 3.691 Km
eran controlados por “MZA”, 3.670 por “Norte” y 1.500 por
“Andaluces”. El resto de líneas, apenas un 25% de la red, eran
controladas por multitud de compañías independientes que no
llegaban en caso alguno a más de 600 Km. |

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De 1900 a 1941: crisis y final de las empresas
privadas
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A comienzos del siglo
XX, la red principal ya estaba prácticamente acabada. De hecho,
las nuevas líneas acostumbran a ser de vía estrecha y de carácter
local, es decir, ramales que unían con la red principal las zonas
dónde no era económicamente rentable hacer llegar la vía ancha.
A
este hecho contribuyen también las dificultades económicas que
padecían las compañías puesto que las líneas no cumplían las
previsiones de ingresos previstas, cosa que también hicieron que
en este periodo se retardara enormemente la construcción de nuevas
líneas.
El punto álgido de la crisis se dio durante los años 10.
En el año 1914 estalla la I Guerra Mundial. Esto provoca una
escalada generalizada de los precios, puesto que toda la
producción europea, incluida la de España (que se mantuvo neutral)
era comprada por los países beligerantes. Los costes de
explotación se dispararon y se pararon todas las inversiones,
incluidas las de renovación de material. Las empresas ferroviarias
estaban, pues, amenazadas por el peligro de quiebra generalizada.
En vista de la situación, en el año 1918 el ministro de Fomento,
Francesc Cambó, propuso, por primera vez como solución la
nacionalización de la red. La idea, en aquel momento, no siguió
adelante, pero era un avance de lo que más adelante acabaría
pasando.
En el año 1924, la dictadura de Primo de Rivera decide
atacar el problema promulgando un “Estatuto Ferroviario”. En este
nuevo marco regulador del sector, se facilitaba el acceso de las
compañías a ayudas financieras por la renovación de material, se
formalizaban las aportaciones que haría el Estado a las compañías
privadas y se ajustaban las tarifas a los costes reales
d’explotación.
Como complemento del Estatuto, en 1926 salió a la
luz el “Plan Preferente de Urgente Construcción de Ferrocarriles”
donde se marcaban 16 nuevas líneas de construcción prioritaria y
que daría como resultado 600 Km de nuevas líneas. Por un lado, se
trataba de unir las principales poblaciones españolas mediante
líneas directas que complementarían las existentes en aquellos
momentos, haciendo los trayectos principales más rápidos y cortos,
y de la otra, mejorar el acceso a zonas aún mal servidas por el
ferrocarril, incluidas las conexiones con Portugal.
En 1928 se dio
un paso más en el cambio del modelo de ferrocarril. Aquel año, el
Estado crea la empresa pública “Compañía Nacional de los
Ferrocarriles del Oeste”. Ésta, agrupó varias pequeñas empresas
que poseían líneas en la zona Oeste de España y que, o bien habían
hecho fallida, o bien tenían serias dificultades económicas,
creando un claro precedente que posteriormente se ampliaría a casi
toda la red. En total, la nueva empresa sumaba 1.587 Km de líneas,
siendo el tramo más importante la línea Madrid-Cáceres-Portugal.
Durante los años 30 y pese a las inversiones realizadas y las
aportaciones del Estado, la crisis continúa aumentando hasta que,
en 1936, el general Franco, ayudado por varias cabezas militares,
se subleva contra el gobierno democrático de la IIa República y
provoca la Guerra Civil Española, que arruina totalmente las
compañías ferroviarias y dañó gravemente gran parte de sus
infraestructuras.
Cuando acaba la guerra, rn 1939, el nuevo
régimen dictatorial liquida las empresas ferroviarias e incauta
las líneas, creando una nueva empresa estatal que las gestionará
durante las siguientes décadas: la denomina
RENFE (Red Nacional de los Ferrocarriles
Españoles). |
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